Por: Alfredo Palacios Marte
14/02/2025
La geopolítica mundial pareciera haber recibido una descarga eléctrica que le ha provocado una fuerte convulsión en sus principios, valores e ideologías ocasionando una confusión a todos los niveles. Esta nueva situación de la humanidad venía ocurriendo lentamente en los últimos tiempos, pero desde el punto de vista político sufrió una aceleración con la llegada nuevamente a la presidencia de Estados Unidos de Donald Trump.
En el pasado, incluso en el reciente, los mandatarios estadounidenses mostraban su disposición a controlar lo que ocurría en las distintas regiones, pero esto lo hacían siempre basándose en argumentaciones ideológicas en defensa de la libertad, de los derechos humanos, de la seguridad nacional, de la cooperación internacional, de la legalidad internacional y del respaldo a la democracia, siempre, por supuesto, poniendo por delante los intereses económicos de su país. Ahora Trump actúa como si fuese el emperador del mundo, propone y dispone de cuanta cosa se le ocurra sin ni siquiera sustentarla con argumentos ideológicos, sin importarle el concepto de soberanía territorial de las naciones, dejando de lado las instituciones internacionales, colocando en situación embarazosa a sus propios aliados. “El mundo a mis pies” pareciera ser su consigna. Lo extraño y lamentable que crea tanta confusión es el comportamiento de los gobiernos que se asumen influyentes y de los organismos internacionales que no reaccionan con contundencia ante las amenazas y arbitrariedades que se aplican.
Trump amenaza con convertir a Canadá en otro estado de Estados Unidos. El presidente canadiense Justin Trudeau declara que eso es imposible, pero lo hace tímidamente, sin la fortaleza que debería ante semejante violación del derecho internacional. Los llamados países aliados a Canadá –Inglaterra y Australia, por citar solo dos- cierran la boca.
El emperador dice que va a recuperar el Canal de Panamá y el presidente de este país, José Raúl Mulino reacciona diciendo que eso es imposible, al mismo tiempo que acepta que se le imponga con quien tiene que negociar o no la administración de operación del canal, dejando de lado el acuerdo que tenía con China, aceptando así, sin disimulo, la violación de su soberanía.
¿Le venderán Groelandia a Trump como él lo está pidiendo insistentemente? El Reino de Dinamarca, país que se atribuye la propiedad de la isla más grande del mundo, asegura que no. ¿Para qué quiere el emperador la isla? Alega que por razones de seguridad nacional para su país, sin ocultar su interés por la existencia allí de tierras raras (17 elementos químicos que se encuentran en la naturaleza). La Unión Europea (UE), a la cual pertenecen los daneses, solo susurra rechazo a la petición. En cambio, cuando Rusia decidió retomar el control territorial de la península de Crimea –cuya propiedad se la atribuye Ucrania-la UE condenó tal medida y le comenzó a aplicar numerosas sanciones económicas a la nación eslava. Por cierto que en Ucrania también hay tierras raras a las que Trump les tiene puesta la mira, ya habló de que los ucranianos le deben a Estados Unidos 500 mil millones de dólares dando a entender que entregándole esos territorios es la forma de pago de la deuda. Qué dicen al respecto la UE y los otros países occidentales: nada. (Al momento de escribir este análisis se iniciaron las negociaciones de paz para la guerra en Ucrania entre Trump y Putin, tema que tendrá que ser abordado en posterior análisis).
Trump firma decreto con imposición de 25% de aranceles a todas las importaciones de acero y aluminio, mientras que las reacciones de los principales exportadores de estos materiales a Estados Unidos son vergonzosas. El presidente Lula de Brasil había dicho ante las amenazas de imposición de aranceles que reaccionaría recíprocamente, ahora que el hecho está consumado se queda mudo. Alemania, otro país gran exportador de esos materiales, tampoco reacciona frente a la decisión del mandatario estadounidense. El presidente de España Pedro Sánchez, país también exportador, solo se le ocurre decir que harán lo que decida la Unión Europea (UE). ¿Dónde quedó ese insistente discurso de las naciones desarrolladas sobre la libertad de comercio? China es el único país que ha reaccionado inmediatamente con la aplicación de medidas recíprocas al incremento de los aranceles.
Más preocupante aún es la reacción mundial a la amenaza de Trump de apropiarse de la Franja de Gaza, desplazar a sus propietarios el pueblo palestino y convertirla en una zona de diversión turística para los individuos acomodados del planeta. La mayoría de la llamada “comunidad internacional”, que se ufana de ser defensora de los derechos humanos, se queda callada ante esa locura de propuesta. Quizás alguno de esos países se atreva a decir que eso es imposible, pero ninguno condena abiertamente esa posición imperial del magnate norteamericano, quien por cierto amenaza también con “desatar el infierno” en ese territorio si quienes gobiernan allí, el grupo de resistencia Hamas, no suelta a los prisioneros israelíes, como si ese “infierno” no lo hubiesen ya desatado sus aliados sionistas matando a más de 48 mil personas e hiriendo a otras 100 mil, la mayoría niños y mujeres. La continuación del genocidio del pueblo palestino no le preocupa para nada al individuo del copete amarillo, al contrario, pareciera que se puso de acuerdo con Netanyau, el primer ministro de Israel, para continuar la guerra. Sobre este tema también existe mucha confusión acerca de la posición de los gobiernos de los países árabes, los cuales, desde el inicio de esa confrontación bélica, muchos de ellos han mantenido una posición timorata, nada firme en relación con las violaciones que allí se cometen, son los casos, por ejemplo, de Jordania y Egipto, que han actuado, al parecer, más sujetos a la ayuda económica que les proporciona EE.UU. que a los principios de solidaridad de los pueblos árabes y musulmanes.
La decisión de la deportación de los inmigrantes ha creado convulsión y confusión no solo en el territorio norteamericano sino también a nivel internacional. La presidenta mexicana es una de las que más ha tenido que lidiar con el tema. Al principio dijo que solo aceptaría deportados de nacionalidad mexicana, después se ha sabido que también han llegado de otras nacionalidades. En Estados Unidos se han producido protestas en defensa de los inmigrantes, pero la mayoría han sido silenciadas por los medios de comunicación y las redes sociales, aunque hay que reconocer que buena parte de los ciudadanos de ese país compraron la idea de que los problemas económicos y sociales han sido provocados por los extranjeros. Las instituciones (ONU) y Organizaciones No Gubernamentales que se dicen defensoras de los derechos humanos no alzan su voz con firmeza y reiteración sobre lo que está sucediendo. Trump envía a migrantes prisioneros a la cárcel de Guantánamo, Cuba, sin que haya reacciones contundentes de parte de esos organismos. El presidente de El Salvador, Nayid Bukele se da el gusto de decir que aceptará no solo inmigrantes de otras nacionalidades sino que incluso de nacionalidad estadounidense y el secretario de Estado, Marco Rubio, solo reacciona diciendo que tendrán que analizar esa oferta. Al salvadoreño nadie lo acusa de violador de los derechos humanos. Gustavo Pedro, presidente de Colombia, quedó en ridículo cuando al principio dijo que no aceptaría las deportaciones de sus connacionales, pero se echó rápidamente hacia atrás al anunciar Trump que le aplicaría aranceles a su país sino aceptaba el retorno de esos ciudadanos. En Europa, el tema de la inmigración, aunque no relacionada directamente con la política norteamericana, también está dando de qué hablar, particularmente en Alemania donde la Democracia Cristiana logró, en alianza con la extrema derecha, la aprobación en el congreso de una declaración contra la inmigración, acción que ha sido condenada por el partido de la socialdemocracia alemana. Este es un tema muy manejado por los partidos extremistas de derecha no solo en Alemania sino también en Francia, Italia, Bélgica, Austria, Hungría, España, entre otros, partidos que apoyan sin matices la gestión de Donald Trump, naciones, por cierto, donde se perfilan con preocupación entendimientos entre la derecha y la extrema derecha, muy identificada ésta última con el neofascismo, creando confusiones ideológicas en las poblaciones.
En el caso de Venezuela, la política migratoria de Trump ha creado convulsión y confusión es en la oposición extremista y en sus seguidores. No hay que olvidar que buena parte de la emigración en Venezuela se produjo, en primer lugar, por las medidas económicas coercitivas unilaterales, mejor conocidas como sanciones, las cuales provocaron un enorme déficit de ingresos a la nación –particularmente por la caída de la producción, comercialización y exportación petrolera- que trajo como consecuencia una merma en los ingresos de las familias, y en segundo lugar, debido a las campañas desatadas por toda la oposición, sustentada por gobiernos extranjeros, dirigida a estimular, motivar, convencer y orientar a los ciudadanos a emigrar, a buscar “el sueño americano”. Ahora cuando Trump aplica su política de detención y deportación de los inmigrantes ilegales, los venezolanos (se habla de 300 mil nacionales a los que se les eliminaron la protección legal) sienten y perciben que han sido traicionados y engañados por la dirigencia opositora y por quienes desde Estados Unidos y otros países aplicaron medidas que perjudicaron a nuestra nación. A esto hay que sumarle el maltrato, agresiones y xenofobia de las que han sido víctimas los venezolanos en otros países latinoamericanos.
Este sentimiento de rechazo hacia esa dirigencia se ha multiplicado cuando se han conocido los pormenores de los fraudes y robos cometidos por ella con los fondos de dinero provenientes de la USAID, supuestamente destinados a la ayuda humanitaria a los venezolanos necesitados, millones de dólares que terminaron en los bolsillos de esos seudo-líderes.
Foto: Cortesía AP