Prensa MPPC (12/01/2023) El abogado Adriano González León era oriundo del estado Trujillo, pero vivió la mayor parte de su vida en Caracas desde que comenzó a estudiar derecho en la Universidad Central de Venezuela.
Ser abogado no le impidió desarrollar una constante y fructífera carrera literaria. Tampoco le impidió ejercer algunos cargos diplomáticos como el de Primer Secretario en la República Argentina y de Agregado Cultural de Venezuela en España.
En 1956 gana el Premio Anual de Cuentos del diario El Nacional, probablemente el más importante del país, con el relato El Lago. Publica su primer libro de relatos, Las hogueras más altas, con prólogo de Miguel Ángel Asturias. Por ese libro recibirá el Premio Municipal de Narrativa, pero será 10 años después, con su primera novela, que su nombre sea proyectado firmemente en el mundo hispanoamericano.
País Portátil es, sin lugar a dudas, su obra cumbre y fue reconocida con el premio de Novela Breve Seix Barral en 1968. Narra 12 horas en la vida y la memoria de Andrés Barazarte un joven que, al igual que Adriano, llegó a Caracas desde los Andes. Es un retrato vertiginoso y crudo de la realidad de una Caracas sumida en el fragor de la lucha guerrillera y la represión política. De esta novela dijo el propio autor que se trata de:
“Un punto de partida para un examen de conciencia, el repaso de las frustraciones familiares, las dudas, el temor, la condición feudal, la dependencia, el registro poético del mundo, la explicación de una culpa, la religiosidad y el sentido crítico”.
González León fue miembro fundador de Sardio, un grupo intelectual y artístico, del cual desertó unos años más tarde para formar El techo de la ballena, donde compartió con los poetas Edmundo Aray, Rodolfo Izaguirre, Efraín Hurtado y otros poetas.
En 1998 la editorial Alfaguara editó Todos los cuentos más uno para recopilar todos sus relatos. En novela publicó Viejo (1995). También el volumen de poesía Huesos de mis huesos (1997).
Falleció en la barra de uno de los restaurantes que frecuentaba en el este de Caracas, lo que podría considerarse una manera muy personal de morir, como él mismo dijo en determinado momento: una manera de “perderse en las sombras”.
Uno de sus poemas rezaba:
“Perderse después en las sombras del fondo, donde la pared estaba abombada y se decía que había escondido un tesoro, perderse así con su sombra que era tan delgada porque era sombra de huesos, con sus viejas pantuflas de pana que no sonaban y parecía que anduviera por el aire. Perderse así era meterse con los muertos o qué sé yo y se podía pensar que andaba buscando su tesoro”.
T y F : Referencial