Este país cuenta con una diversidad de ecosistemas que abarcan montañas nevadas de 5000 metros de altura, paisajes que datan de eras que nos transportan a los orígenes de la tierra, llanos imponentes, medanales, selvas, un delta que, a los ojos de los invasores, sugería las puertas del Edén, ríos y caídas de agua que dejan atónitos a quienes los contemplan y unos 4000 kilómetros de costa continental e insular, bañada por las amables aguas del mar Caribe y el indómito océano Atlántico.
Los pueblos kariñas y arawacos partieron de estas latitudes surcando ese mar y poblando territorios. En nuestros rasgos identitarios lo caribe sobresale enriquecido con la persistencia irredenta del africano que siempre vio en esas aguas el camino de retorno al hogar. Con esa sal tuvo que curtirse el invasor hasta transformarse, inevitablemente, en ese otro, el ser americano.
Desde la Alta Guajira hasta la desembocadura del río Esequibo, los habitantes de nuestras costas conviven a diario en diálogo amoroso con el mar, se nutren de sus riquezas, obtienen de él su sustento, se familiarizan con sus humores y le cantan.
Esos cantos expresados en las costas orientales, a través de polos, malagueñas y hasta de una forma específica creada para ello como lo es el punto de navegante, conforman un conjunto de saberes de nuestros pescadores que constituyen un aspecto fundamental, por su carácter ancestral, de nuestra venezolanidad.
Cuando una potencia extranjera ocupa las aguas del Caribe con buques de guerra y se hace uso de ello para asaltar barcos pesqueros e incluso atacarlos asesinando a nobles portadores patrimoniales y causando dolor a familiares que no entienden como puede ser un delito salir al encuentro cotidiano con el mar, solo queda convertir la indignación en acción y combatir al invasor.
Ignacio Barreto
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28/09/2025